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Control de calidad: tecnología y responsabilidad

prensa /     agricultor, cadena agroalimentaria, consumidor, consumo, seguridad alimentaria, supermercados,


Nuria Cardoso, directora de Comunicación de ASEDAS, reflexiona en Valencia Fruits, sobre la responsabilidad a la hora de comunicar alertas alimentarias desde una manera transparente y sin alarmismos y sobre la necesidad de diferenciar muy bien las alertas reales de la «no alertas», que crean desconfianza en el sistema, crisis de consumo y cuya finalidad suele ser interesada y no tiene en cuenta el bien común de la cadena y del consumidor. Se puede ver el artículo original AQUÍ.

Marzo de 2024. Una notificación del RASFF (Rapid Alert System Feed and Food) comunica la activación de una alerta por una posible partida de fresas procedentes de Marruecos con Hepatitis A en un “punto de entrada a España”. Este producto no llega a comercializarse en nuestro país, ni siquiera a traspasar las fronteras, pero su difusión de manera incorrecta provoca durante los días siguientes una importante bajada del consumo en plena campaña de la fresa.

¿Qué lecciones podemos extraer de lo que podríamos considerar una mala praxis de comunicación en materia de seguridad alimentaria? ¿Todas las alertas deberían hacerse públicas? ¿Cómo se protege mejor al consumidor? ¿Qué herramientas tecnológicas nos ayudan a ello?

Una idea importante de la debemos ser conscientes es que detectar problemas como el descrito significa que los controles funcionan. La seguridad alimentaria en Europa, y especialmente en España, es una de las mejores del mundo. Este es un hecho del que debemos ser conscientes y que toda la cadena agroalimentaria tendría que saber poner en valor. Lo contrario podría provocar crisis de confianza que, además de no tener razón de ser, ponen en peligro el acceso del consumidor a producciones -la mayoría de ellas nacionales- seguras y de calidad.

La tecnología es un factor que aporta un plus de seguridad al sistema alimentario. Tecnologías como el blockchain -pero también el big data y más recientemente la inteligencia artificial- son muy relevantes para garantizar una completa y fiable trazabilidad de los productos de alimentación. Hoy en día, estos pueden ser seguidos y controlados con precisión quirúrgica desde su siembra o producción hasta su venta al consumidor, pasando por la cosecha, la manipulación en la cooperativa o en la industria, el transporte y la logística de la plataforma y de la tienda. Todos estos puntos aplican sus propios protocolos de verificación y control, pero, además, los sistemas de información permiten que la gran mayoría de las veces un producto que presente un problema sea retirado antes de que llegue al consumidor.

Por supuesto, los incidentes existen. Solo tenemos que pensar que los kilos de mercancías que se mueven a diario suman millones. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) realizó en 2022 (últimos datos disponibles) más de medio millón de controles a establecimientos alimentarios al año, entre inspecciones, auditorías de autocontrol y mataderos. Casi siete de cada 10 los superaron sin problemas y, del resto, la gran mayoría se resolvieron con sanciones administrativas. Por lo tanto, que exista una alerta es una prueba de que el sistema funciona y, entre todos, debemos analizar cómo difundir sobre ella una información clara, comprensible, práctica, transparente y proporcional al problema. La idea de la proporcionalidad es muy importante para determinar cuándo una alerta deber ser, además, una noticia para los medios de comunicación.

Aquí nos encontramos ante otro de los grandes debates en torno a la seguridad alimentaria: informar sin alarmar y sin dañar la confianza en el producto y en el sistema. Las alertas alimentarias son una tentación fuerte en el mundo del clickbait (la traducción es muy clarificadora: cebo de clics), esa técnica de redacción que consiste en crear titulares sensacionalistas para generar tráfico hacia un medio de comunicación. La fórmula alarma o alerta + producto de alimentación + marca de fabricante o de supermercado suele funcionar a la perfección… pero a menudo de una manera forzada y desinformadora.

Todo lo relacionado con posibles riesgos en cuanto a la seguridad alimentaria despierta, como es natural, interés por parte del consumidor. Por ello, el tratamiento de la información debe ser especialmente riguroso, lo que incluye valorar el riesgo, evitar un lenguaje alarmista y opinativo, centrarse en los datos prácticos -importante cuando hay una retirada de producto- y hacer un seguimiento desde el momento inicial de la alerta hasta su finalización. Por supuesto, éste es un ejercicio de corresponsabilidad entre el medio de comunicación, la empresa o empresas -productor y distribuidor- afectadas por la alerta y la administración pública, la AESAN en nuestro caso.

Por último, nunca debemos olvidar el último eslabón de la cadena: el consumidor. Muchos problemas con productos de alimentación se derivan de una mala manipulación o conservación en el hogar. Aquí también, la labor compartida de información -a través del etiquetado u otros medios- es importantísima para evitar consecuencias sobre la salud por el uso inadecuado de un alimento, especialmente en lo que se refiere a los alérgenos o los productos más perecederos.